Libro corto pero potente. Dos viejos amigos se ven después de cuarenta años y ya te das cuenta de que las respuestas de por qué se separaron ya no importan. La grieta está ahí, hecha hace décadas, y por mucho que hablen ya no se arreglará. Lo interesante es que la novela plantea preguntas, insinúa, remueve… pero nunca da una respuesta clara, porque ya es tarde para eso. Lo que se rompió, roto quedó. Me ha gustado por esa melancolía tranquila y por cómo te hace pensar en lo que no se dijo a tiempo.