La naturaleza o lo que debería ser nuestro refugio se convierte en una amenaza constante, donde los efectos de la contaminación y la intervención humana son irreversibles. Schweblin no solo utiliza la naturaleza como fondo, sino como un recordatorio inquietante de que el entorno puede volverse en nuestra contra sin que siquiera nos demos cuenta. Pone sobre el tapete nuestra vulnerabilidad de una manera angustiante, llena de simbolismos pero bien reconocibles. La autora nos hace sentir o nos obliga a sentir, con mucha pericia, en carne propia la incertidumbre asfixiante y el miedo de una madre con esa escritura incompleta a base de diálogos entrecortados. Cuando un libro me desestabiliza de esta forma y me desordenada la estantería, aún sin ser obra maestra, solo me permite dar la máxima puntuación.