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Henry A. Giroux: Los Profesores Como Intelectuales/ Teachers as Intellectuals (Paperback, Spanish language, 1990, Ediciones Paidos Iberica) No rating

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La llamada pedagogía radical de Giroux no se refiere a una disciplina o cuerpo de conocimientos, sino a un tipo particular de práctica y a una actitud de cuestionar las instituciones recibidas y los supuestos recibidos. Crea experiencias en las que los estudiantes puedan encontrar una voz y mantener y expandir las dimensiones positivas de sus propias culturas e historias. Tiene una visión esperanzadora de la sociedad, que puede transformarse para bien.

Tres rasgos de la pedagogía radical:
Es interdisciplinaria por naturaleza.
Cuestiona las categorías centrales de todas las disciplinas que intervienen.
* Tiene como misión pública el hacer más democrática la sociedad.

La escuela es un espacio contradictorio, que sirve para la dominación y para la reproducción de desigualdades sociales, pero también es un espacio de resistencia para las clases oprimidas y un lugar público donde los estudiantes pueden aprender a vivir en auténtica democracia. La escuela nunca es un lugar neutral, en ellas siempre se legitiman y transmiten formas de autoridad, tipos de conocimiento, regulaciones morales e interpretaciones del pasado y el futuro. En definitiva, las escuelas son lugares económicos, culturales y sociales inseparablemente ligados a los temas del poder y el control.

La escuela debe brindar las categorías críticas para examinar el choque de culturas, las relaciones de poder y la dominación hegemónica en la vida cotidiana. ¿Cómo? A través de la investigación crítica, el diálogo y la iniciativa humana, los docentes como colectivo, la asociación pública, la democracia.

La enseñanza es algo mucho más complejo que dominar un cuerpo de conocimientos. Debe tener en cuenta la especificidad de cada contexto.

En el artículo "Los profesores como intelectuales transformativos", Giroux afirma que hay una tendencia actual (al menos en EEUU) a reducir a los profesores a la categoría de técnicos especializados dentro de la burocracia escolar, con la simple función de gestionar y hacer cumplir programas curriculares, en lugar de desarrollar o asimilar críticamente los currículos para ajustarse a preocupaciones pedagógicas específicas.

Esta tendencia (a la que llama pedagogía de la gestión) parte de ideologías tecnocráticas, instrumentales y pragmáticas que afectan tanto la formación en los profesorados como la práctica docente en el aula. En los profesorados hay un fuerte énfasis en dominar áreas de asignaturas y métodos de enseñanza. El profesor queda reducido a la figura de un “ejecutor” de unas “leyes de la enseñanza” ya preestablecidas, y solo se le enseñan metodologías que parecen negar la necesidad misma del pensamiento crítico. No se le enseña a cuestionar los principios subyacentes de los diferentes métodos pedagógicos.

El conocimiento a transmitir a los alumnos se fracciona en partes, se estandariza para facilitar su gestión y consumo, y se mide a través de formas predefinidas de evaluación. Los profesores, estudiantes y materiales son solo recursos en una ecuación que busca ser eficaz: conseguir que se gradúen el mayor número posible de estudiantes en un espacio de tiempo determinado. La tarea de pensar no corresponde a los profesores sino a los expertos en currículos, métodos y evaluaciones, que suelen estar alejados de las realidades del aula.

Y toda esta metodología busca aplicarse uniformemente en todas las escuelas, sin tener en cuenta las diferencias que presentan los estudiantes en cuanto a sus historias, experiencias, prácticas lingüísticas, culturas y talentos.

Para Giroux los profesores deben ser intelectuales transformativos que combinan la reflexión y la práctica académica con el fin de educar a los estudiantes para que sean ciudadanos reflexivos y activos.

Pensar en las tareas intelectuales en términos puramente instrumentales y técnicos desconoce el hecho de que ninguna actividad, por rutinaria que sea, puede prescindir del funcionamiento de la mente en mayor o menor medida. Los humanos tienen una capacidad fundamental para integrar pensamiento y práctica. Desde esta perspectiva, los docentes no pueden ser vistos como otra cosa que profesionales reflexivos dedicados a promover la capacidad crítica en sus estudiantes.

Como intelectuales, los profesores no pueden reducirse a meros ejecutores, deben desempeñar un papel responsable en la configuración de los objetivos y las condiciones de la enseñanza escolar.

Además, y teniendo en cuenta lo dicho anteriormente sobre las escuelas como lugares que no pueden ser neutrales, Giroux afirma que los profesores no tampoco pueden serlo. Quieran o no, encarnan (como mínimo a través de su forma de enseñanza) intereses ideológicos y políticos que estructuran la naturaleza de su discurso, valores y las las relaciones sociales del aula. Por tanto, deben usar formas pedagógicas vinculadas a una política liberadora: es decir, que traten a los estudiantes como sujetos críticos, que problematicen el conocimiento, que recurran al diálogo crítico y afirmativo, que apoyen la lucha por un mundo cualitativamente mejor para todas las personas y que tengan en cuenta las especificidades de su aula.

Por último, el intelectual transformativo no se reduce a la crítica del sistema actual, debe creer en la posibilidad introducir cambios positivos y actuar en consecuencia (denunciar injusticias económicas, políticas y sociales, crear condiciones que desincentiven la desesperanza en los alumnos, etc).