Así, inflexible en todo lo relativo a ceder prerrogativas de poder personal, y extraordinariamente generoso para lograrlo haciendo uso de la soberanía nacional, Franco conservaba sus privilegios en el proceso de designación de los obispos. Tal como hemos descrito anteriormente, su concepción de la unidad del mando provocaba que cualquier renuncia a este respecto resultara inconcebible, ya que a su juicio «permitir que el Papa nombrara a los obispos era como permitirle que nombrara a los gobernadores civiles»