Esta primera etapa del proceso inflacionario puede mantenerse durante muchos años. Mientras perdura, los precios de numerosos bienes y servicios no están ajustados a la nueva relación monetaria. Hay gente que todavía no ha caído en la cuenta de que se está produciendo una revolución de precios que acabará provocando un alza notable en todos ellos, si bien la subida no será igual para todas las mercancías y servicios. Sigue creyendo que los precios un día habrán de bajar. En espera de ese día restringen sus adquisiciones y así incrementan su liquidez. Mientras se mantenga esa generalizada creencia, todavía están a tiempo las autoridades de abandonar su política inflacionista.
Pero finalmente llega el día en que las masas despiertan. Advierten, de pronto, que la inflación es una política deliberada que proseguirá sin interrupción. Se produce el cambio. Aparece la crisis. Todo el mundo febrilmente pretende canjear su dinero por bienes «reales», los precise o no, cuesten lo que cuesten. En muy poco tiempo, en unas pocas semanas o incluso en escasos días, aquello que se utilizaba como dinero deja de emplearse como medio de intercambio. La moneda en cuestión se transforma en sucio papel. Nadie está dispuesto a dar nada a cambio de tales papeluchos.