Álvaro G. Molinero reviewed El último abrazo by Frans de Waal
Y es un hecho que los animales sienten emociones
5 stars
Adaptación de la reseña de “El último abrazo” escrita por la periodista, filóloga y naturalista Sy Montgomery, que ha escrito, entre otros libros, "El alma de los pulpos" (2018). [www.elespanol.com/el-cultural/letras/20190510/ultimo-abrazo-emociones-animales-cuentan/397462059_0.html]
"Eran amigos desde hacía años, pero llevaban años sin verse. Ella se encontraba en su lecho de muerte anquilosada por la artritis, negándose a comer y a beber, y muriendo de vieja. Su amigo había venido a despedirse. Al principio, ella no pareció advertir su presencia, pero cuando se dio cuenta de que estaba allí, su reacción fue inconfundible: su cara se iluminó con una sonrisa de felicidad, gritó de alegría, alargó el brazo hasta la cabeza de su visitante y le tocó el pelo. Mientras él le acariciaba la cara, ella le rodeó el cuello con el brazo y lo atrajo hacia sí. Lo que hizo especialmente conmovedora y extraordinaria la evidente emoción mutua en este encuentro …
Adaptación de la reseña de “El último abrazo” escrita por la periodista, filóloga y naturalista Sy Montgomery, que ha escrito, entre otros libros, "El alma de los pulpos" (2018). [www.elespanol.com/el-cultural/letras/20190510/ultimo-abrazo-emociones-animales-cuentan/397462059_0.html]
"Eran amigos desde hacía años, pero llevaban años sin verse. Ella se encontraba en su lecho de muerte anquilosada por la artritis, negándose a comer y a beber, y muriendo de vieja. Su amigo había venido a despedirse. Al principio, ella no pareció advertir su presencia, pero cuando se dio cuenta de que estaba allí, su reacción fue inconfundible: su cara se iluminó con una sonrisa de felicidad, gritó de alegría, alargó el brazo hasta la cabeza de su visitante y le tocó el pelo. Mientras él le acariciaba la cara, ella le rodeó el cuello con el brazo y lo atrajo hacia sí. Lo que hizo especialmente conmovedora y extraordinaria la evidente emoción mutua en este encuentro al borde de la muerte fue que el visitante era el biólogo holandés Jan Van Hooff y su amiga la chimpancé Mama."
Con este momento, que da título al libro, comienza este conjunto de ensayos de Frans de Waal sobre el comportamiento animal. En muchos puntos es un libro heterodoxo y, en algunos, casi revolucionario porque rompe con uno de los principales tabús que ha regido la investigación y el estudio etológico, a saber, que las emociones son algo exclusivamente humano. De hecho, hay todo un movimiento intelectual que busca cancelar a cualquiera que busque paralelismos biológicos y evolutivos entre las emociones humanas y los claros indicios de emociones en otros animales tachando esta postura como "antropomorfista". Hay otro movimiento intelectual que considera las emociones humanas como irrelevantes desde el punto de vista científico o imposibles de investigar o de reconocer objetivamente.
Sin embargo, nada hay más fundamental para entender el comportamiento de personas y animales que el análisis comparado y filogenético. Mediante el examen de las emociones en unas y otros, "El último abrazo" sitúa las experiencias mentales más intensas en su contexto evolutivo, y muestra cómo su riqueza, su poder y su utilidad abarcan a las diferentes especies y se remontan al pasado remoto. Las emociones“son la manera que tiene nuestro organismo de garantizar que hacemos lo que es mejor para nosotros”. A diferencia del instinto, éstas “enfocan la mente y preparan el cuerpo dejando espacio para la experiencia y el juicio”. Las emociones “constituyen, con mucho, el aspecto más destacado de nuestra existencia. Ellas dan significado a todo”.
Las emociones no son invisibles ni imposibles de estudiar. Empezando por el aspecto fisiológico de las mismas, los niveles de sustancias químicas asociadas con las experiencias emocionales se pueden determinar con facilidad. Estos mensajeros son prácticamente idénticos en las diferentes especies. A nivel cognitivo, además, las emociones nos hacen más adaptables. Nos permiten sobrevivir. No hay dos organismos que respondan exactamente igual ante un mismo estímulo causante de emociones. Podemos registrar una fisiología similar, pero el componente cognitivo y viviencial de cada organismo es esencial en las emociones. A nadie debería, por tanto, extrañar que los animales experimenten y muestren diferentes emociones: el pez cebra se puede deprimir y responder a los mismos medicamentos antidepresivos que los seres humanos; un perro que muerda accidentalmente a su amo puede sentir tal disgusto por haber roto ese tabú que sufra una crisis nerviosa; al igual que los humanos, los animales son capaces de controlar sus emociones si es necesario: Un chimpancé asustado contorsionará la cara en una tensa “sonrisa de miedo”. Pero donde el libro resulta más necesario es en las historias que narra su autor. Algunas son brutales, como la del asesinato premeditado de Luit, el futuro macho alfa de la colonia de chimpancés del zoo de Burgers, en Holanda. Poco antes, Luit había arrebatado el poder a otros dos machos de alto rango. Por la noche, ambos se aliaron para castigarlo. Le arrancaron los dedos de las manos y los pies a mordiscos y le abrieron heridas en el escroto, a través de las cuales le estrujaron los testículos. Son brutales, pero demuestran algo más: la capacidad de los Chimpancés, y por extensión de otros homínidos, para la gestión de alianzas y para el conflicto. También nos cuenta la historia de un macho alfa demasiado tiránico que, con el debido tiempo y gracias a una red de alianzas opositoras tejidas con el tiempo, fue depuesto, degradado y vapuleado por la comunidad.
Naturalmente, nos reconocemos en estas historias. La razón de que sean tan poderosas es que despiertan la que tal vez sea nuestra capacidad emocional más valiosa (compartida con los animales, como sabe cualquiera que haya convivido con un perro): la empatía. Sin embargo, los estudiosos del comportamiento animal han advertido sistemáticamente contra la indagación de la empatía como herramienta de conocimiento. Demasiadas observaciones esclarecedoras han quedado sin publicar porque insinuar que compartimos rasgos con otros animales es motivo de acusaciones de antropomorfismo como hemos dicho.
Para evitarlas, los investigadores han ideado todo un glosario de términos retorcidos. Así, los animales no tienen amigos, sino “compañeros preferidos de afiliación”, y los chimpancés no se ríen cuando les hacen cosquillas, sino que “vocalizan sonidos jadeantes”. Esta actitud no solo es ridícula, sino también peligrosa. En vez de preocuparnos por antropomorfizar a los animales, debería asustarnos la posibilidad de cometer un error mucho mayor, que De Waal denomina “antroponegación”. Cuando negamos los hechos de la evolución, cuando pretendemos que solo los seres humanos pensamos, sentimos y conocemos, “obstaculizamos el juicio sincero de qué somos como especie”, sentencia. Para entender la evolución tenemos que reconocer la continuidad entre las formas de vida.
Sy Montgomery describe una situación casi idéntica en su libro "El alma de los pulpos" (2018). Montgomery describe la situación con su amiga Octavia:
Era anciana, y estaba enferma y moribunda. Hacía mucho tiempo que no nos habíamos encontrado cara a cara, casi una quinta parte de lo que había durado su vida. Fui a despedirme de ella. Cuando me vio, haciendo uso de parte de sus últimas fuerzas, se incorporó con esfuerzo para saludarme y me rodeó con sus brazos.
Sin embargo, dice Montgomery, entre la escena de "El último abrazo" que describe Fans de Waal y la escena con Octavia había algunas diferencias:
Mama y Van Hooff compartieron un ancestro hace unos cinco millones de años; el último ancestro que compartimos mi amiga y yo vivió en el Precámbrico, cuando no se habían desarrollado aún los miembros ni los ojos y prácticamente todos los seres eran un tubo. Van Hoof y Mama poseían una musculatura facial y una estructura casi idénticas. Sin embargo, Octavia tenía la boca en las axilas, carecía de esqueleto y sus brazos estaban provistos de 1.600 ventosas. Octavia era un pulpo gigante del Pacífico. Pero a pesar de todo, nos teníamos cariño, el cariño suficiente para que ambas disfrutásemos de nuestro último, tierno y emotivo abrazo.